1- ¿Podrías prescidindir de tu celular?
Seguramente no, supongo, ya que, una vez efectuados, los progresos técnicos hacen difíciles e improbables las vueltas atrás. Podemos resistir, arrastrar los pies, rechazarlos un tiempo, pero el consentimiento es inevitable, porque el movimiento del mundo obliga a seguir el nuevo ritmo. ¿Quién rechazaría hoy la electricidad, los viajes en automóvil, los logros de la medicina moderna o los desplazamientos en avión? ¿Quién preferiría la lámpara de petróleo o la vela, la caminata o la diligencia, la enfermedad incurable o la muerte segura? Nadie, ni siquiera los enemigos del progreso o los opositores habituales de los avances de la técnica. ¿Qué ecologista cabreado con los trenes de alta velocidad, las autopistas o la extensión de los aeropuertos -y existe un cierto número de ellos— realiza sus desplazamientos exclusivamente a pie o en bicicleta?
De la vela al vapor...
La técnica se define por el conjunto de medios empleados por los hombres para emanciparse de las necesidades y penalidades naturales. Allí donde la naturaleza obliga, la técnica libera, hace retroceder el límite de las obligaciones naturales. Cuando los rigores del clima infligen al hombre prehistórico el frío, la lluvia, el viento, la técnica hecha arquitectura inventa la casa, el vestido, el trabajo de los cueros y pieles; cuando el hambre, la sed, hacen sentir su necesidad, la técnica otorga la vasija, la cocción, la fabricación de bebidas fermentadas, las alfombras, los tejidos, la ropa de cama; cuando la enfermedad natural, impone si ley, la medicina proporciona los medios para recobrar la salud; allí donde la muerte amenaza, el hospital propone los medios para impedir su triunfo inmediato.
En el origen la técnica no busca más que permitir la adaptación del hombre a un medio hostil. En un primer momento, se trata meramente de asegurar la supervivencia. Luego, el objeto no será tanto la supervivencia como la vida agradable. Pero el principio permanece: liberarse aún y siempre de los límites impuestos por la naturaleza, principalmente ligados al medio. Así, forzados en primer lugar a evolucionar como bípedos en la superficie de la tierra, los hombres se liberan de ese medio -al que parecían condenados- por medio de la invención de técnicas destinadas a dominar a los demás elementos.El agua deja de ser hostil con la natación, que supone la observación de los animales nadadores y la reproducción de una habilidad
capaz de permitir la flotación y el desplazamiento. La barca, labrada en un
tronco de árbol, del que se habrá podido observar que flota naturalmente en
la crecida de los ríos, permite desplazarse en seco. A continuación, la vela,
finalmente, el motor, perfeccionan esas técnicas hasta el punto de hacer
posible maniobrar no solo en la superficie del agua sino en la profundidad -
con el submarino-. Lo mismo pasa con el aire: la observación de los pájaros
induce a una reflexión sobre la forma de hacernos aún más ligeros. La
aventura técnica comienza con el globo aerostático y culmina con las naves
espaciales contemporáneas, pasando por los paracaídas, los ensayos de
aviación de hélice, motor y más tarde turbina.
Tras las necesidades elementales de supervivencia y los comienzos del
dominio de la naturaleza, los hombres resuelven nuevos problemas. Por
ejemplo, la ausencia, la separación entre los hombres genera una necesidad
de comunicación. De ahí la aparición de las tecnologías apropiadas, desde el
semáforo de fuego de la Antigüedad, hasta el teléfono móvil celular, pasan100
do por la invención del teléfono clásico por Bell. La técnica ofrece a los
hombres, que cada vez son menos objetos del mundo, la posibilidad de convertirse
en los dueños. Cada problema propuesto demanda una solución y
anima al desarrollo tecnológico apropiado.
La historia de la humanidad coincide con la historia de las técnicas. Ciertas
invenciones bastan en ocasiones para desencadenar verdaderas revoluciones
de la civilización: el fuego, por ejemplo, y las técnicas asociadas, la
metalurgia, la fundición, el uso de los metales, y de ahí los útiles para la agricultura
o las armas para la guerra; igualmente, la rueda, y la modificación de
las distancias con la invención de medios de transporte de hombres, animales,
bienes, riquezas, mercancías, alimentación, de donde vendrá el
comercio; después, el motor, cuya energía hace posible las máquinas, y de
ese modo, la industria, las manufacturas y el capitalismo, pero también los
coches, los camiones, los trenes, los aviones; la electricidad transforma
igualmente la civilización al permitir la evolución de los motores,
evidentemente, pero también al transformar la cotidianidad doméstica:
calefacción, iluminación, electrodomésticos, radio y televisión; la informática,
finalmente, y la producción de la realidad virtual, anuncian una revolución en
la que acabamos de entrar. Revolución que afecta a todos los ámbitos,
desde numeraciones necesarias para los viajes interplanetarios hasta
cálculos exigidos por la decodificación del genoma humano (el código
genético de cada uno).
... y del vapor al Apocalipsis
Con esos avances tecnológicos, la vida se hace más agradable, más
fácil. Los hombres sufren cada vez menos, actúan cada vez más, y aseguran
un dominio creciente de lo real. Sin embargo, podemos temer el reverso de
la medalla. Una invención no existe sin su contrapunto negativo: la aparición
del tren supone la del descarrilamiento, la del avión, el aterrizaje forzoso, el
coche no viene sin el accidente, el barco sin el naufragio, la computadora sin
el cuelgue, la ingeniería genética sin las quimeras y los monstruos, desde
ahora, en libre circulación por la naturaleza, con plena ignorancia de los
accidentes que hay que temer —como las consecuencias todavía subestimadas
de la enfermedad de las vacas locas.
Hoy en día, el mundo de la técnica se opone de tal manera al de la naturaleza
que se puede temer que echemos a perder el orden natural. Los progresos,
proponiéndose un mejor dominio de la naturaleza, llegan en ocasiones
a maltratarla, desfigurarla, incluso destruirla. La deforestación con los
griegos antiguos, que construían un número considerable de barcos para sus
guerras contra los persas, tanto como la contaminación por los
hidrocarburos, la basura doméstica o los desechos nucleares, sin olvidar la
destrucción de los paisajes para construir ciudades, infraestructuras urbanas,
de calles o carreteras, todo eso pone en peligro un planeta frágil y un
equilibrio natural precario. De ahí la emergencia y crecimiento en nuestra
civilización, al mismo tiempo que una pasión tecnófila, de una sensibilidad
ecologista tecnófoba que apela a un principio de precaución.
Del mismo modo, los progresos de la técnica no se efectúan sin dolor
para los más desfavorecidos, tanto a escala nacional como planetaria. La
zanja se hace más profunda entre los ricos y los pobres: unos se benefician
con los productos de esta tecnología punta; los otros no disponen ni siquiera
de medios para asegurar su supervivencia (el teléfono móvil celular para los
estudiantes de los países de alto PNB en el hemisferio Norte y el hambre que
provoca la muerte de millones de niños en el hemisferio Sur. En el mismo
momento, a la misma hora). La técnica es un lujo de civilización rica. Cuando
uno tiene dificultades para asegurar su subsistencia, desconoce el deseo de
hacerse poseedor y dueño de la naturaleza.
Al igual que la ecología permite reflexionar sobre la cuestión de las relaciones
entre la técnica y la supervivencia del planeta, el tercermundismo y,
no hace mucho, las ideologías políticas de izquierda, piensan la cuestión de
la tecnología a la luz de un reparto más equitativo de las riquezas. De donde
surge la ¡dea de que la técnica podría someter menos a los hombres que
servirlos. En Occidente, conduce a la pauperización (los ricos cada vez más
ricos, los pobres cada vez más pobres), al paro y a la precariedad de empleo
(necesarios para los patrones que sostienen esas calamidades con el fin de
mantener bajos sus costes de producción y optimizar su competitividad), a la
disminución del trabajo (también sostenida, sin preocupación real y seria por
compartirlo, a fin de asegurar un clima de sumisión de los empleados para
con su empleador), a la alienación (aumento de ritmos y cadencias, cálculo
exigente y cronometrado de la productividad). Solo un combate para invertir
el movimiento y poner la tecnología al servicio de los hombres puede hacer
esperar un mundo en el que la brutalidad, la violencia y la ley de la jungla
retrocedan, por poco que sea.
¿Hay que trasplantar el cerebro de tu profe de Filo en el cráneo de su colega de gimnasia?
Fíjate primero que estás tratando con un cuerpo y un cerebro que
se merecen respectivamente. Y después, si las ganas se apoderan de
ti con insistencia, aplaza un poco su realización, pues la técnica no
parece aún muy a punto. Corres el riesgo de obtener un monstruo: cuerpo
de filósofo y cerebro de deportista, o cuerpo de deportista y cerebro de
filósofo. Cosa que hay que evitar... Pero, sin duda alguna, llegará un día en
el que ese género de hazaña no planteará ningún problema práctico.
Dejaremos atrás el injerto de células nerviosas, de tejidos cerebrales para
considerar con toda serenidad el trasplante del encéfalo. Entonces, como has de
imaginar, nacerá un importante cuestionamiento de lo que define el ser, la
identidad, la personalidad, la memoria, la subjetividad, etc.
Por ahora, nos las arreglamos con nuestro cuerpo o con nuestro
cerebro. Pregunta: ¿La posibilidad técnica de realizar semejante trasplante
obliga a su efectiva realización? ¿Solo la factibilidad tecnológica da la
medida de lo factible y lo no factible? O bien, ¿hay otros criterios que limitan
y contienen los poderes de la técnica? ¿La moral, la ética, los valores, el
sentido del bien y del mal, por ejemplo? Cada vez se plantea más el problema, pues la
ingeniería genética efectúa progresos considerables y se anticipa a toda
reflexión: apenas imaginamos una posibilidad científica, ya está realizada y
hay que pensar a posteriori -así, la clonación animal, después, ciertas células
humanas trasplantadas en el animal, o al contrario.
Después de los humanos chanchos, ¿los chanchos humanos?
Con la secuenciación del genoma humano (la lectura de la información
contenida en el núcleo de una célula que os determina fisiológicamente), se
aborda un nuevo continente. El terreno de la moral inclusive. Hoy día las
posibilidades técnicas de la biología molecular dan vértigo: podemos clonar,
por supuesto, pero también, con las técnicas de procreación asistida,
congelar el esperma, insemínar a una mujer con los espermatozoides de su
abuelo, vivo o muerto, una chica puede gestar para su madre un embrión
fabricado con el esperma de un genitor fallecido -su padre, por ejemplo...—.
El linaje, la familia clásica, las barreras habituales entre la vida y la muerte, el
genitor y su progenie, la endogamia (elección de pareja en la familia) y la
exogamia (elección fuera de la familia) saltan hechos pedazos.
A partir de ahora se pulverizan las barreras que separan el reino vegetal,
el animal y el humano: se puede sacar del ADN (ácido desoxirribonucleico, el
ácido de codificación de una célula, en la cual se encuentra toda la
información sobre la identidad) de una luciérnaga, lo que corresponde a su
brillantez, fijarlo en la célula de una planta que repentinamente pasa a ser
luminosa y fosforescente; se sabe, igualmente, cómo proceder a la
manipulación de vegetales para fabricar sangre; se producen también
tomates resistentes a las heladas incorporando en su programa genético los
datos gracias a los cuales los peces de aguas frías pueden soportarlas. Los
especialistas en plantas y los que se ocupan de los animales trabajan sin red
ética: por el momento, nadie denuncia la combinación de los géneros vegetal
y animal.
En cambio, desde que abordamos la combinación del animal y del
humano, surgen los problemas éticos. Técnicamente, podemos pedir de un
ratón que desarrolle un órgano humano en su cuerpo, una oreja de hombre
por ejemplo, podemos también fabricar cerdos para la piel, la sangre o
ciertos órganos de una total compatibilidad con el hombre en tanto que
programados con el ADN humano. ¿Hasta dónde? ¿Por qué no
fabricar un ser asociando el mono y el hombre? Inteligente como un humano,
robusto como un animal, ¿qué sería ese individuo monstruoso: un animal
humano o un humano animal? ¿Una bestia que habría que tratar como tal o
un hombre con las obligaciones éticas que eso supone? ¿Hay que dejar
hacer a la técnica en el campo biológico y reflexionar, llegado el momento,
ante el objeto producido, el monstruo realizado, la quimera en carne y
hueso?
Las posibilidades de las técnicas médicas, también sus límites, suponen
una moral. La aceleración de la ciencia, la investigación, los laboratorios, no
puede dejarse al azar, sin límites fijos a esos juegos peligrosos. Porque la
técnica, en el terreno de la ingeniería genética, instala de facto al
investigador en la piel de un aprendiz de brujo: desencadena un formidable
movimiento, monstruoso, inmenso, magnífico, sin saber ya de qué manera
detener su producción, hasta el punto de que su criatura de partida lo
desborda, lo supera, se anticipa. En esta lógica prometeica (Prometeo, el
inventor-ladrón del fuego de Zeus en la Antigüedad griega, pasa por ser el
patrón del pensamiento previsor, por tanto, de la técnica), solo una reflexión
moral permite controlar y dominar los acontecimientos.
Entre tanto, algunos apelan a una norma de precaución apoyada en un
principio de responsabilidad para frenar el movimiento diabólico (si ya se ha
puesto en marcha) o para hacerlo imposible (si aún no se ha iniciado). Con el
fin de evitar los casos de monstruosidad (¿qué hacer de un embrión de mono
y de hombre?, ¿incluso de una criatura de ambos si el científico lo ha hecho
viable?, ¿o bien de un cerdo al que se le habrían injertado células nerviosas
humanas? ¿Cómo considerar a un animal portador de una enfermedad
desconocida y generada por el juego de las manipulaciones?), ciertas
personas proponen reflexionar prioritariamente sobre las consecuencias
potenciales de un gesto técnico o de una investigación. Provisionalmente, se experimenta
a continuación, pero si, y solamente si, no hay que temer ningún riesgo y se ha
ofrecido formalmente la prueba de su inocuidad.
¿Comer asado de cerdo humano?
Suspensión de la investigación, reflexión teórica, consideraciones
éticas, y después práctica efectiva en el laboratorio: he aquí un esquema
posible.
También podemos tener en perspectiva un principio de interdicción,
especialmente cuando la investigación no persigue la mejora de la vida
humana, la erradicación (supresión radical) de las enfermedades o el alivio
de los hombres, sino la sola curiosidad intelectual, el juego, la invención, la
práctica lúdica del riesgo, la provocación, la búsqueda de notoriedad a través
del escándalo. 0 también, cuando se ha probado que la motivación de la
investigación técnica consiste menos en el deseo de hallar un medicamento,
una solución a un problema de salud pública, que en la voluntad de ganar
dinero y acumular considerables sumas con las patentes extraídas por el
descubrimiento.
La posibilidad de patentar lo viviente, tanto como los organismos genéticamente
modificados, plantea un problema: todo lo que está en la naturaleza,
con tal de que sea genéticamente modificado, incluso de una manera
ínfima, pasa a ser un producto manufacturado y ya no natural. Como tal, su
inventor puede registrar una patente y exigir dinero de cualquiera que desee
trabajar con el elemento modificado: el descubridor consigue así un impuesto
gracias al cual hará fortuna. Saqueando el patrimonio vegetal de la selva
amazónica, por ejemplo, los investigadores de países ricos pueden
apoderarse sin dificultad de todas las riquezas potenciales de los países
pobres. Modificadas ligeramente, patentadas después, las sustancias naturales
se convierten en artificios. Entonces los monopolios se apoderan de
ellas y sacan partido con su utilización.
La técnica hace del planeta artificio y da muerte a la naturaleza, que
pasa a estar bajo la autoridad económica del país más poderoso, el cual
asegura así su dominio sobre la totalidad del globo. Todo lo que reduce la
libertad de los hombres, todo lo que estrecha las posibilidades de existencia
de la mayoría, todo lo que menoscaba la naturaleza y aumenta los riesgos de
catástrofes genéticas, todo lo que hace aumentar el peligro y recular las
razones de vivir una vida feliz debe animar el principio de precaución, incluso
el principio de interdicción. Las posibilidades técnicas, médicas y genéticas,
en tanto que nuevas, anuncian una revolución ideológica y metafísica. Solo
una política ética, ecológica y humanista podrá evitar la transformación de
ese paisaje en campo de batalla de nuevas guerras económicas. Porque
ellas serían definitivamente homicidas para el planeta entero
Y un último texto de Hans Jonas ( el mismo autor del texto que les dejé sobre los experimentos en sujetos humanos)
Hans Jonas (alemán, 1903-1993)
Cara a los peligros ecológicos, biológicos y tecnológicos de la modernidad, formula
una ética de la responsabilidad que invita a actuar solamente tras haber reflexionado
sobre las consecuencias de la acción inmediata en los tiempos lejanos del futuro.
Inspirador del pensamiento de los defensores del principio de precaución.
Ventajas del miedo
No existe una clave para nuestro problema, ninguna panacea para la
enfermedad que padecemos. El síndrome tecnológico es mucho más
complejo por eso, y tampoco es cuestión de escapar de él. Aunque
realizásemos una importante conversión y reformásemos nuestros hábitos,
no por ello desaparecería el problema fundamental. Pues la aventura
tecnológica debe proseguir; en adelante, los correctivos susceptibles de
asegurar nuestra salud exigen un nuevo desafío sin tregua al ingenio técnico
y científico, que engendra nuevos riesgos que le son propios. Así, alejar el
peligro es una tarea permanente, cuyo cumplimiento está condenado a
seguir siendo una labor deslavazada y muchas veces incluso un remiendo.
Esto significa que, sea cual sea el porvenir, debemos efectivamente vivir
en la sombra de una calamidad amenazante. Pero, en ser conscientes de
esta sombra, como es el caso hoy día, consiste paradójicamente la chispa de
la esperanza: ella, en efecto, impide que desaparezca la voz de la
responsabilidad. Esta chispa no brilla a la manera de una utopía, pero su
advertencia esclarece nuestro camino como lo hace la fe en la libertad y la
razón. De modo que el principio responsabilidad y el principio esperanza se
reúnen finalmente, incluso si no se trata de una esperanza exagerada en una
paraíso terrestre, sino de una esperanza más moderada respecto a la
posibilidad de continuar habitando un mundo en el porvenir y respecto a una
supervivencia que sea humanamente digna de nuestra especie, teniendo en
cuenta la herencia que se le ha confiado y que, ciertamente no es miserable,
pero tampoco menos limitada. Esta es la carta que desearía jugar.
Una ética para la naturaleza (1993), Desclée de Brouwcr, 2000 (traducción
para este libro de Irache Ganuza Fernández
Ya chicos, eso es todo. Ahora a hacer el ensayo!!! recuerden que el tema es la "bioética", por lo tanto ustedes en base a este texto y el de Jonas ( sobre los experimentos) deben articular el ensayo. Pueden tomar los casos prácticos del avance técnico como se han manifestado en estos textos, o como más les acomode. Cualquier duda, si no los veo en el colegio, me la mandan a mi correo : paulina.silva.alarcón@gmail.com
A escribir!!!!
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