Aunque todos los libros de lógica
contienen un examen de las falacias, su manera de tratarlas no es en todos la
misma.
No hay ninguna clasificación de
las falacias universalmente aceptada. No hay que sorprenderse ante esta
situación, pues como dijo acertadamente De Morgan, uno de los primeros lógicos
modernos: "No hay nada similar a una clasificación de las maneras en que
los hombres pueden llegar a un error, y cabe dudar de que pueda haber
alguna".
La palabra 'falacia' es en sí
misma un poco vaga. Un uso perfectamente correcto de la palabra es el que se le
da para designar cualquier idea equivocada o creencia falsa, como la 'falacia'
de creer que todos los hombre. Son honestos. Pero los lógicos usan el término en
el sentido más estrecho y más técnico de error en el razonamiento o la
argumentación. Una falacia es,
entonces, en el sentido en que nosotros usaremos el término, un tipo de razonamiento incorrecto.
Puesto que es un tipo de razonamiento incorrecto, podemos decir de dos
razonamientos diferentes que contienen o cometen la misma falacia.
Muchos argumentos son tan
obviamente incorrectos que no engañan a nadie. En el estudio de la lógica, se
acostumbra reservar el nombre de 'falacia' a aquellos razonamientos que, aunque
incorrectos. Son psicológicamente persuasivos. Por tanto, definimos falacia como una forma de razonamiento que parece correcto
pero resulta no serio cuando se lo analiza cuidadosamente. El preludio de
estos razonamientos es provechoso, pues la familiaridad con ellos y su
comprensión impedirán que seamos engañados por ellos. Estar prevenidos es estar
armados de antemano.
Las fa lacias se dividen
tradicionalmente en dos grandes grupos, las formales y las no formales. Ahora
trataremos las falacias no formales, errores de razonamiento en los cuales
podemos caer por inadvertencia o falta de atención en el tema, o bien porque
nos engaña alguna ambigüedad en el lenguaje usado para formularlo. Podemos
dividir las falacias no formales en falacias de atingencia y falacias de
ambigüedad. En este apartado solo veremos las falacias de atingencia y sólo
consideraremos, las más comunes y engañosas.
I. FALACIAS DE ATINGENCIA
El rasgo común a todos los
razonamientos que cometen falacias de atingencia es que sus premisas carecen de
atingencia lógica con respecto a la verdad o falsedad de las conclusiones que
pretenden establecer. La inatingencia es aquí lógica y no psicológica,
naturalmente, pues si no hubiera algún tipo de conexión psicológica carecería
de efecto persuasivo o de corrección aparente. El que la atingencia psicológica
pueda confundirse con la atingencia lógica se explica satisfactoriamente por el
hecho de que el lenguajes usado tanto directiva y expresivamente como
informativamente. Esto quizá se comprenda con mayor claridad con algunos
ejemplos.
1. CONCLUSIÓN INATINGENTE
La falacia de la 'conclusión
inatingente se comete cuando a un razonamiento que se supone dirigido a
establecer una conclusión particular es usado para probar una conclusión
diferente. Por ejemplo, cuando se halla bajo consideración una propuesta
particular de dictar una legislación sobre la vivienda, puede levantarse un
legislador para hablar en favor de la ley y argumentar que todo el mundo debe
tener viviendas decentes.
Estas observaciones carecen de
atingencia lógica con respecto al punto en discusión, pues éste se refiere a
las medidas particulares que se proponen. Presumiblemente todos estén de
acuerdo en que todo el mundo debe tener viviendas decentes (se manifestarán de
acuerdo inclusive aquellos que en realidad no piensan así) .La cuestión es: ¿proveerá
de ellas esta medida particular, y, si es así, lo hará mejor que cualquier otra
alternativa práctica? La argumentación del orador es falaz, pues comete la
falacia de la conclusión inatingente.
En un juicio, al tratar de probar
que el acusado es culpable de asesinato, el fiscal acusador puede argumentar
extensamente para demostrar que el asesinato es un horrible delito y lograr,
efectivamente, probar esta conclusión. Pero, si de sus observaciones acerca de
lo horrible que es el asesinato, pretende inferir que el acusado es culpable de
él, comete la falacia de conclusión inatingente.
Es natural que nos preguntemos
cómo tales argumentos pueden engañar a alguien. Una vez visto que la conclusión
es lógicamente inatingente, ¿por qué puede el argumento confundir a alguien? En
primer lugar, no siempre es obvio que una determinada argumentación constituye
un ejemplo de conclusión inatingente. Durante el curso de una discusión
prolongada, la fatiga puede originar falta de atención, con la consecuencia de
que los errores y la poca atingencia de la conclusión con respecto a las
premisas pueden pasar inadvertidos. Esta es una respuesta parcial,
naturalmente. La parte que falta se relaciona con el hecho de que el lenguaje
puede servir para despertar emociones, tanto como para comunicar información.
Consideremos el primer ejemplo de
conclusión inatingente.
Al sostener que todo el mundo
debe tener viviendas decentes, el orador logra despertar una actitud de
aprobación para sí mismo y para lo que dice, y esta actitud tenderá a ser
transferida a su conclusión final, más por asociación psicológica que por
implicación lógica. El orador puede conseguir despertar un sentimiento tan
favorable al mejoramiento de la vivienda, que sus oyentes vetarán más
entusiastamente la ley que él propugna que si hubiera demostrado realmente el
interés público existente en su aprobación.
También en el segundo ejemplo, si
el fiscal acusador ha pintado un cuadro suficientemente conmovedor de lo
horrible que es el asesinato, el jurado puede sentirse tan tocado, puede
haberse despertado en sus miembros tanto horror y desaprobación, que dictarán
más fácilmente un veredicto de culpabilidad que sí el fiscal hubiera probado
"simplemente" que el acusado cometió el crimen.
Un cierto número de tipos
particulares de razonamiento cuyas conclusiones no atañen a las premisas han
recibido nombres latinos. Algunos de estos nombres latinos han llegado a formar
parte del idioma inglés: ad hominem, por ejemplo. Otros son menos familiares. Solo
consideraremos algunos de ellos, sin ninguna pretensión de hacer un tratamiento
exhaustivo. La explicación teórica de por qué son persuasivos, a despecho de su
incorrección lógica, debe buscarse en todos los casos en su función expresiva,
destinada a provocar sentimientos de temor, de piedad, de reverencia, de
desaprobación o de entusiasmo.
2. ARGUMENTUM AD BACULUM
(APELACIÓN A LA FUERZA)
El argumentum ad baculum es la
falacia que se comete cuando se apela a la fuerza, o a la amenaza de fuerza,
para provocar la aceptación de una conclusión. Usualmente solo se recurre a ella
cuando fracasan las pruebas o argumentos racionales. El ad baculum se resume en
el dicho: "La fuerza hace el derecho". El uso y la amenaza de los
métodos de 'mano-fuerte' para doblegar a los opositores políticos suministra
ejemplos contemporáneos de esta falacia. La apelación a métodos no racionales
de intimidación puede ser, naturalmente, más sutil que el uso abierto o la amenaza
de campos de concentración o grupos de choque. El cabildero de un partido
político usa el argumento ad baculum cuando recuerda a un representante que él
(el cabildero) cuenta con tantos miles de votantes en el distrito electoral del
representante, o tantos contribuyentes potenciales para la campaña de fondos.
Lógicamente, estas consideraciones no tienen nada que ver con los méritos de la
legislación cuya aprobación trata de lograr, pero, desdichadamente, pueden ser
muy persuasivas. En escala internacional, el argumentum ad baculum significa la
guerra o la amenaza de guerra.
3. ARGUMENTUM AD HOMINEM
(OFENSIVO)
La
expresión argumentum ad hominem significa literalmente 'argumento dirigido
contra el hombre'. Es
susceptible de dos interpretaciones,
cuya relación explicaremos después que hayamos discutido las dos separadamente.
Podemos designar la primera variedad de
esta falacia como la del tipo 'ofensivo'. Se la comete cuando, en vez de tratar
de refutar la verdad de lo que se afirma, se ataca al hombre que hace la
afirmación. Así por ejemplo, podría argüirse que la filosofía de Bacon es
indigna de confianza porque éste fue desposeído de su cargo de canciller por deshonestidad.
Este argumento es falaz, porque el carácter personal de un hombre carece de importancia
lógica para determinar la verdad o falsedad de lo que dice o la corrección o incorrección
de su razonamiento. Argüir que una proposición es mala o una afirmación falsa porque
es propuesta o afirmada por los comunistas (o por 'realistas económicos', o por
católicos, o por anticatólicos, o por los que pegan a su mujer) es razonar
falsamente y hacerse culpable de sostener un argumentum ad hominem (ofensivo).
La manera en que puede persuadir a veces este razonamiento falaz es a través
del proceso psicológico de la transferencia. Si puede provocarse una actitud de
desaprobación hacia una persona, ella puede desbordar el campo estrictamente emocional
y convertirse en desacuerdo con lo que ésa persona dice. Pero esta conexión es
solo psicológica, no lógica.
Aun el más perverso de los
hombres puede a veces decir la verdad o razonar correctamente. El ejemplo
clásico de esta falacia se relaciona con el procedimiento judicial británico.
En Gran Bretaña, la práctica de la profesión se divide entre los procuradores,
que preparan los casos para el juicio, y los abogados, que arguyen y hacen los
alegatos ante la corte. De ordinario, su cooperación es admirable, pero a veces
deja mucho que desear. En una ocasión, el abogado ignoraba el caso
completamente hasta el día en que debía ser presentado a la corte, y dependía
del procurador para la investigación del caso del demandado y la preparación
del alegato. Llegó a la corte justo un momento antes de que comenzara el juicio
y el procurador le alcanzó su resumen. Sorprendido por su delgadez, ojeó en su
interior, para encontrar escrito lo siguiente: "No hay defensa; ataque al
abogado del demandante".
4. ARGUMENTUM AD HOMINEM
(CIRCUNSTANCIAL)
La segunda interpretación de la falacia del argumentum ad hominem, la variedad
circunstancial, puede explicarse de la manera siguiente. En una discusión entre dos personas, una de ellas puede ignorar
totalmente la cuestión relativa a la verdad o falsedad de sus propias
afirmaciones y tratar de probar, en cambio, que su antagonista debe aceptarlas
debido a especiales circunstancias en las que éste puede hallarse. Así por
ejemplo, si uno de los contendientes es un sacerdote, el otro puede argüir que
debe aceptar una determinada aserción porque su negación es incompatible con las
Escrituras. Esto no es demostrar su verdad, sino urgir su aceptación por ese
individuo particular debido a las circunstancias especiales en las que se
halla, en este caso su filiación religiosa. Si uno de los oponentes es,
pongamos por caso, un miembro 'de un cierto partido político, otro puede
sostener, no que una cierta proposición es verdadera, sino que el primero debe
asentir a ella porque se halla implicada por los principios de su partido. El
ejemplo clásico de esta falacia es la réplica del cazador al que se acusa de
barbarie por sacrificar animales inofensivos para su propia diversión. Su
réplica consiste en preguntar a su crítico: " ¿Por qué se alimenta Ud. Con
la carne de ganado inocente?" El deportista se hace culpable aquí de un argumentum
ad hominem, porque no trata de demostrar que es correcto sacrificar vidas de animales
para el placer de los humanos, sino simplemente que su crítico no puede
reprochárselo debido a ciertas circunstancias especiales en las que pueda
encontrarse, en este caso el no ser vegetariano. Los argumentos de este género
no son correctos; no ofrecen pruebas satisfactorias para la verdad de sus
conclusiones, sino que están dirigidos solamente a conquistar el asentimiento
de algún oponente a causa de especiales circunstancias que se vinculan con
éste. A menudo logran su propósito, pues suelen ser muy persuasivos.
No es difícil ver la conexión que
existe entre estas dos variedades de argumentum ad hominem. El segundo puede
inclusive ser considerado como caso especial del primero. Pues el género 'circunstancial',
en efecto, equivale a acusar de incurrir en una contradicción a la persona que pone
en tela de juicio nuestra conclusión, sea contradicción entre sus creencias, o
entre su prédica y su práctica. Y esto puede ser considerado como un tipo de
reproche u ofensa.
5. ARGUMENTUM AD IGNORANTIAM
(ARGUMENTO POR LA IGNORANCIA)
Podemos ilustrar la falacia del
argumentum ad ignorantiam con el razonamiento de que debe de haber fantasmas
porque nadie ha podido demostrar nunca que no los hay. Se comete esta falacia cuando se sostiene que una proposición es
verdadera simplemente sobre la base de que no se ha demostrado su falsedad, o
que es falsa porque no se ha demostrado su verdad Ahora bien, es evidente
que nuestra incapacidad para demostrar o refutar una proposición no basta para
establecer su verdad o su falsedad. Esta falacia suele cometerse con mucha
frecuencia en temas relativos a los fenómenos psíquicos, la telepatía, etc., donde
no hay pruebas claras en pro o en contra. Es curioso que haya una cantidad de
personas instruidas propensas a caer en esta falacia. Como lo testimonian los
muchos estudiantes de ciencias que afirman la falsedad de las afirmaciones
espiritualistas y telepáticas simplemente sobre la base de que su verdad no ha
sido establecida.
El
argumentum ad ignorantiam es falaz en todos los contextos excepto en uno: la
corte de justicia, donde el principio rector es suponer la inocencia de una
persona hasta que se demuestre su culpabilidad. La defensa puede sostener
legítimamente que si el acusador no ha demostrado la culpabilidad, debe
dictarse un veredicto de inocencia. Pero, dado que esta posición se basa en el
particular principio legal mencionado, no refuta la afirmación de que el
argumentum ad ignorantiam constituye una falacia en todo otro contexto.
A veces se sostiene que el
argumentum ad hominem (ofensivo) no es falaz cuando se lo usa en un tribunal de
justicia con el propósito de arrojar dudas sobre la declaración de un testigo. Es
indudablemente cierto que puede dudarse de la declaración de un testigo si se
demuestra que éste es un mentiroso y un perjuro crónico. En los casos en que
esto puede demostrarse, reduce ciertamente la confianza que pueda asignarse al
testimonio ofrecido. Pero si se infiere de esto que la declaración del testigo
establece la falsedad de la que testimonia, en vez de concluir solamente que su
testimonio no establece su verdad, entonces este razonamiento es falaz y
constituye un argumentum ad ignorantiam.
En este punto debemos hacer una
aclaración. En ciertas circunstancias puede afirmarse con seguridad que si ha
ocurrido un cierto acontecimiento, hay investigadores calificados que pueden descubrir
pruebas del mismo. En tales circunstancias, es perfectamente razonable tomar la
ausencia de pruebas como una prueba positiva de que no se ha producido. Claro
que esta prueba no se basa en nuestra ignorancia, sino en nuestro conocimiento
de que si hubiera ocurrido lo sabríamos. Por "ejemplo, si una seria
investigación de la P.D.I. no consigue aportar pruebas de que el señor X es
comunista, sería erróneo concluir de esto que su investigación no ha aportado ningún
conocimiento. Por el contrario, ella ha establecido que el Sr. X no es
comunista. No sacar tales conclusiones constituye el reverso de la moneda falsa
que es la insinuación maliciosa'; como cuando alguien dice de un hombre que
"no hay pruebas" de que sea un pillo. En ciertos casos, no sacar una
conclusión es tanto una violación del razonamiento correcto como sacar una
conclusión equivocada.
6. ARGUMENTUM AD MISERICORDIAN
(LLAMADO A LA PIEDAD)
El argumentum ad misericordiam es la falacia que se comete cuando se apela
a la piedad para conseguir que se acepte una determinada conclusión, Se
encuentra con frecuencia este tipo de argumentación en los tribunales de
justicia, cuando un abogado defensor deja de lado 108 hechos que atañen al caso
y trata de lograr la absolución de su cliente despertando piedad en los miembros
del jurado. Clarence Darrow, el famoso abogado criminalista, era un maestro en
el uso de este género de recursos. "
Cuando defendió a Thomas I. Kidd,
funcionario de la Unión de Trabajadores de la Madera, llevado a juicio bajo
acusación de conspiración criminal, Darrow dirigió estas palabras al jurado: “Apelo a vosotros no en defensa de Thomas
Kidd, sino en defensa de la larga sucesión –la larguísima sucesión que se
remonta hacia atrás a través de las épocas y que se proyectó hacia adelante en
los años del futuro-- de los hombres despojados y oprimidos de la tierra. Apelo
a vosotros por los hombres que se levantan antes que amanezca y vuelven á su
hogar por la noche, cuando ya la luz ha desaparecido del cielo, y dan sus
vidas, sus fuerzas y su trabajo para que otros se enriquezcan y se
engrandezcan. Apelo a vosotros en nombre de esas mujeres que ofrendan sus vidas
al dios moderno del dinero, y apelo a vosotros en nombre de sus hijos, los que viven
y los que aún no han nacido” 1.
Citado
en Clarence Darrow for the Defense, de IRVING STONE. copyright, 1941, publicado
par Garden City Publishing Company Inc Garden City. Nueva York.
¿Es Thomas Kidd culpable de lo
que se le acusa? El alegato de Darrow era suficientemente conmovedor como para
lograr despertar en el jurado medio el deseo de arrojar por la borda todo lo
concerniente a pruebas o a legalidad. Pero, por persuasivo que sea tal alegato,
desde el punto de vista de la lógica es falaz todo razonamiento que pretenda
derivar de 'premisas' como éstas la conclusión de que el acusado es inocente.
Un ejemplo más antiguo y
considerablemente más sutil de argumentum ad misericordiam se encuentra en la
Apología de Platón, que pretende ser un relato de la defensa que hizo Sócrates
de sí mismo durante su juicio.
“Quizás
haya alguno entre vosotros que pueda experimentar resentimiento hacia mí al
recordar que él mismo, en una ocasión similar y hasta, quizá, menos grave, rogó
y suplicó a los jueces con muchas lágrimas y llevó ante el tribunal a sus
hijos, para mover a compasión, junto con toda una hueste de sus parientes y
amigos; yo, en cambio, aunque corra peligro mi vida, no haré nada de esto. El
contraste puede aparecer en su mente, predisponerlo en contra de mí e instarlo
a depositar su voto con ira, debido a su disgusto conmigo por esta causa. Si
hay alguna persona así entre vosotros -observad que no afirmo que la haya, pero
si la hay- podría responderle razonablemente de esta manera: Caro amigo, yo soy
un hombre, y como los otros hombres una criatura de carne y sangre, y no de
madera o piedra como dice Homero; y tengo también familia, sí, y tres hijos,
¡Oh! Atenienses, tres en número, uno casi un hombre y dos aún pequeños; sin
embargo, no traeré a ninguno de ellos ante vosotros para que os pidan mi absolución."
El argumentum ad misericordiam es
usado a veces de manera ridícula, como el caso del joven que fue juzgado por un
crimen particularmente brutal, el asesinato de su padre y de su madre con un
hacha. Puesto frente a pruebas abrumadoras, solicitó piedad sobre la base de
que era huérfano.
7. ARGUMENTUM AD POPULUM
El argumentum ad populum se
define a veces corno la falacia que se comete al dirigir un llamado emocional
'al pueblo' o a la galería' con el fin de ganar su asentimiento para una
conclusión que no está sustentada por un razonamiento válido. Pero esta
definición es tan amplia que incluye las falacias ad misericordiam, ad hominem
(ofensiva) y casi todas las otras falacias de atingencia. Podemos definir de manera más circunscripta la falacia del argumentum
ad populum como el intento de ganar el asentimiento popular para una conclusión
despertando las pasiones y el entusiasmo de la multitud. Es un recurso favorito del propagandista, del
demagogo y del que pasa avisos. Enfrentado con la tarea de movilizar los
sentimientos del público a favor o en contra de una medida determinada, el
propagandista evitará el laborioso proceso de reunir y presentar pruebas y
argumentos racionales y recurrirá a los métodos más breves del argumentum ad populum.
Si la medida propuesta introduce un cambio y él está en contra de éste,
arrojará sospechas sobre las 'innovaciones arbitrarias' y elogiará la sabiduría
'del orden existente'.
Si está a favor de él, hablará de
'progreso' y se opondrá a los 'prejuicios anticuados'. En estos casos,
encontraremos el uso de términos difamatorios sin ningún intento racional de
argumentar en su favor o de justificar su aplicación. Esta técnica se
complementa mediante el despliegue' de banderas, bandas de música y cualquier
cosa que pueda servir para estimular y excitar al público. El uso que hace el
demagogo del argumentum ad populum se halla bellamente ilustrado por la aversión
que da Shakespeare de la oración fúnebre de Marco Antonio sobre el cuerpo de
Julio César.
Debemos al vendedor ambulante, al
artista de variedades y al anunciador del siglo XX el ver elevado el argumentum
ad populum casi a la categoría de un arte refinado. En este campo, se hace toda
clase de intentos para asociar los productos que se anuncia con objetos hacia
los cuales se supone que experimentamos una fuerte aprobación. Comer una cierta
marca de cereales elaborados es proclamado un deber patriótico. Bañarse con un
jabón de cierta marca es descripto como una experiencia estremecedora. La
mención de un determinado dentífrico en el programa de radiofonía patrocinado
por su fabricante es precedida y seguida por secuencias de música sinfónica. En
los carteles propagandísticos, las personas retratadas usando 108 productos
anunciados se presentan siempre usando el tipo de vestimenta y viviendo en el
tipo de casas que se supone despertarán la aprobación y la admiración del
consumidor medio. Los hombres jóvenes que aparecen en ellos usando los
productos de referencia son de ojos claros y hombros anchos, y los ancianos son
invariablemente de aspecto 'distinguido'. Las mujeres son todas esbeltas y hermosas,
y se las presenta, o muy bien vestidas, o apenas vestidas. Ya esté Ud.
interesado en el transporte económico o en el de gran velocidad, todo
fabricante de automóviles le asegurará que su producto es el 'mejor"', y
'demostrará' su afirmación exhibiendo su modelo de automóvil rodeado de
hermosas jóvenes en traje de baño. Los anunciadores “hechizan” sus productos: y
nos venden sueños e ilusiones de grandeza junto con frascos de píldoras rosas o
cestos para la basura.
En estos casos, si lo que se
trata es de probar que los productos sirven de manera adecuada a sus funciones
ostensibles, esos procedimientos son ejemplos glorificados de argumentum ad populum.
Además de la 'apelación al esnobismo' a que ya nos referimos, podemos incluir bajo este rótulo el
familiar 'argumento de la multitud'. El político que hace su campaña electoral 'argumenta'
que él debe recibir nuestros votos porque 'todo el mundo' vota por él. Se nos
dice que tal o cual marca de alimentos, de cigarrillo, o de automóviles es la mejor porque es la que
más se vende en el país. Una cierta creencia debe ser verdadera porque todos
creen en ella. Pero la aceptación popular de una actitud no demuestra que sea
razonable; el uso difundido de un producto no demuestra que éste sea
satisfactorio; el asentimiento general a una opinión no demuestra que sea verdadera,
Razonar de esta manera es cometer la falacia ad populum
8, ARGUMENTUM AD VERECUNDIAM (LA
APELACIÓN A LA AUTORIDAD)
El argumentum ad verecundiam es la apelación a la autoridad, esto es, al
sentimiento de respeto que siente la gente por las personas famosas, para ganar
asentimiento a una conclusión, Este argumento no siempre es estrictamente
falaz, pues la referencia a una reconocida autoridad en el campo especial de su
competencia puede dar mayor peso a una opinión y constituir un factor de importancia.
Si varios legos discuten acerca de algún problema de la ciencia física y uno de
ellos apela al testimonio de Einstein sobre la cuestión, este testimonio es
sumamente importante, aunque no demuestra lo que se sostiene, tiende
indudablemente a confirmarlo. Sin embargo, esto es muy relativo, pues si en vez
de legos son expertos los que discuten acerca de un problema que está dentro
del campo de su especialidad, solo deben apelar a los hechos ya la razón, y
toda apelación a la autoridad de otro experto carecería completamente de valor
como prueba. Pero, cuando se apela a una autoridad en cuestiones que están
fuera del ámbito de su especialidad, se comete la falacia del argumentum ad
verecundiam. Si en una discusión sobre religión uno de los antagonistas apela a
las opiniones de Darwin una gran autoridad en biología, esa apelación es falaz.
De igual modo apelar a la: opiniones de un gran físico como Einstein para
dirimir una discusión sobre política o economía sería también falaz. Podría
sostenerse que una persona lo suficientemente brillante como para alcanzar la
categoría de una autoridad en campos complejos y difíciles como la biología o
la física, debe también tener opiniones correctas en otros campos que están
fuera de su especialidad. Pero la debilidad de este argumento se hace obvia cuando
pensamos que, en estos tiempos de extrema especialización, obtener un
conocimiento completo en un campo requiere tanta concentración que restringe
las posibilidades de adquirir en otros un conocimiento autorizado.
Los 'testimonios' de los
anunciadores son ejemplos frecuentes de esta falacia. Se nos insta a fumar esta
o aquella marca de cigarrillos porque un campeón de natación o porque un
corredor de autos afirma su superioridad y se nos asegura que talo cual cosmético es
mejor porque es el preferido de cantantes de ópera o estrellas de cine. Claro
que una propaganda de este género puede ser considerada también como una
apelación al esnobismo y rotulada como un ejemplo de argumentum ad populum.
Pero, cuando se afirma que una
proposición es literalmente verdadera sobre la base de su aserción por una
"autoridad" cuya competencia se relaciona con un campo diferente,
tenemos una falacia de argumentum ad verecundiam.
9. LA CAUSA FALSA
La falacia que llamamos de la
'causa falsa' ha sido analizada de diversas maneras en el pasado y ha recibido
distintos nombres latinos tales como non
causa pro causa y post hoc ergo
propter hoc. El primero de éstos es más general e indica el error de tomar
como causa de un efecto algo que no es su causa real. El segundo designa la
inferencia de que un acontecimiento es la causa de otro simplemente sobre la
base de que el primero es anterior al segundo. Consideraremos todo razonamiento
que trata de establecer una conexión causal erróneamente, como un ejemplo de
falacia de la causa falsa.
La caracterización del
razonamiento bueno o correcto en lo relativo a conexiones causales constituye
el problema central de la lógica inductiva o método científico. Sin embargo, no
es difícil ver que el mero hecho de la coincidencia o la sucesión temporal no
basta para establecer ninguna conexión causal. Sin duda alguna" debemos rechazar
la pretensión del salvaje de que el hacer sonar sus tambores es la causa de la reaparición
del sol después de un eclipse, aun cuando puede ofrecer como prueba el hecho de
que cada vez que se hicieran sonar los tambores durante un eclipse, el sol
reapareció Nadie se llamaría a engaño con respecto a este argumento; sin
embargo mucha gente cree en testimonios sobre remedios, según los cuales el
señor X sufría de un fuerte resfrío, bebió tres frascos de una cocción a base
de una hierba 'secreta', y en dos semanas se curó del resfrío!
10. LA PREGUNTA COMPLEJA
La última falacia de atingencia
que consideraremos es la falacia de la pregunta compleja. Todos sabemos que es
un poco 'cómico' hacer preguntas como: "¿Ha abandonado ud. sus malos hábitos?",
o "¿Ha dejado ud. de pegarle a su mujer?' No son preguntas simples, a las
que sea posible responder con un directo 'sí' o 'no'. Las preguntas de este
tipo suponen que se ha dado ya una respuesta definida a una pregunta anterior,
que ni siquiera ha sido formulada. Así, la primera, supone que se ha respondido
'sí' a la pregunta no formulada: " ¿Tenía ud. anteriormente malos hábitos?";
y la segunda supone una respuesta afirmativa a la siguiente pregunta, tampoco formulada:
" ¿Ha ud. pegado alguna vez a su mujer?" En ambos casos, si se
contesta con un simple 'sí' o 'no' a la pregunta 'tramposa', ello, tiene el
efecto de ratificar o confirmar la respuesta implícita a la pregunta no
formulada. Una pregunta de este tipo no admite un simple 'sí' o 'no' como
respuesta, porque no es una pregunta simple o única, sino una pregunta
compleja, en la cual hay varias preguntas entrelazadas.
Se comete la falacia de la
pregunta compleja cuando no se percibe la pluralidad de preguntas y se exige, o
se da, una respuesta única a una pregunta compleja, como si fuera simple. No
solamente encontramos ejemplos de esta falacia en bromas obvias, como nuestros dos
primeros ejemplos. En un interrogatorio, un abogado puede plantear preguntas
complejas a un testigo para confundirlo, o inclusive para acusarlo, Puede
preguntar: ¿Dónde ocultó las pruebas?", " ¿Qué hizo con el dinero que
robó?", Etc. En la propaganda, en los casos en que sería sumamente difícil
demostrar o conquistar aprobación para una llana afirmación, la idea puede ser
'infiltrada' de manera muy persuasiva por medio de una pregunta-, compleja. Un
portavoz de empresas privadas que explotan servicios públicos puede plantear la
pregunta: " ¿Por qué la explotación privada de los recursos es mucho más
eficiente que cua1quier control público?" Un jingoísta puede preguntar a
su auditorio: "¿Hasta cuándo vamos a tolerar la interferencia extranjera
en nuestros intereses nacionales?"
En todos estos casos, el
procedimiento inteligente es tratar la pregunta compleja, no como si fuera
simple, sino analizándola en sus partes componentes. Puede muy bien ocurrir que
cuando la pregunta implícita previa es respondida de manera correcta, la
pregunta explícita simplemente se diluye. Si no he ocultado ninguna prueba, la
pregunta de dónde la oculté carece de sentido.
Hay también otras variedades de
la pregunta compleja. Una madre puede preguntar a su pequeño si quiere portarse
bien o ir a acostarse, En este caso, la cuestión
es menos engañosa. Claramente se trata de dos preguntas y una de ellas no
presupone una particular respuesta a la otra.
La falacia reside aquí en la suposición de que debe darse a ambas preguntas una
única respuesta. ¿Está Ud. 'por' los Republicanos y la prosperidad, o no? ¡Conteste
'sí' o 'no'! Pero ésta es una pregunta compleja y es, al menos, concebible que
las dos preguntas puedan tener respuestas diferentes. En el procedimiento
parlamentario, la moción de 'dividir la cuestión' es una moción de privilegio.
Esta regla implica el
reconocimiento de que las cuestiones pueden ser complejas y, por tanto, se las
puede considerar con mayor claridad si se las divide. Nuestra práctica con
respecto al poder de veto del Presidente es menos razonable. El Presidente
puede ', vetar una medida en su conjunto, pero no puede vetar la parte que
desaprueba y' promulgar el resto. El Presidente no puede dividir la cuestión,
tiene que responder 'sí' o 'no' a cualquier cuestión, por compleja que sea.
Como es bien sabido, esta restricción ha conducido a la práctica parlamentaria
de adjuntar, como 'aditamentos', a las medidas que se sabe cuentan con la
aprobación del Presidente, ciertas cláusulas adicionales -a menudo totalmente
ajenas a la cuestión-, de las que se sabe, también, que el Presidente las
desaprueba. Cuando se le presenta un proyecto de ley semejante, el Presidente
debe promulgar algo que desaprueba o vetar algo que aprueba, Otra versión de
esta falacia se encuentra en ciertos calificativos que predeterminan en cierto
modo la respuesta, como cuando alguien pregunta: " ¿Fulano de Tal es un
radical estrafalario o un conservador irracional, o, también; ¿No conduce esta
política a una deflación ruinosa?”. Aquí, como en los casos, es menester
dividir la pregunta compleja. La respuesta puede ser: “radical sí, pero no
estrafalario”, “conservador sí, pero no irracional”, o, “conducirá a una
deflación, sí, pero no será ruinosa, sino que será un saludable reajuste”.
Fuente: “Introducción a
la Lógica”, I. Copi.